Syme, Gabriel Syme, así es como se llama el protagonista de la novela de Chesterton, el detective-poeta que infiltrado dentro de una célula anarquista adoptará el nombre de Jueves. Una vez dentro, Syme, intentará frenar los maléficos planes de un maquiavélico líder anarquista conocido como Domingo. En el hombre que fue Jueves, Chesterton crea una ficción de diálogos chispeantes, agudo sentido del humor, e intriga a raudales. Donde las aventuras y desventuras de Syme son presentadas por el autor desde una perspectiva ambigua, en las que el protagonista se verá obligado a encadenar continuos saltos hacia delante, al tiempo que se enfrenta a unos rivales que en muy pocas ocasiones son lo que aparentan.
Por otra parte, la novela nos propone dos niveles de lectura, el primero determinado por la trama policíaca, preponderante durante toda la narración. Y un segundo nivel más metafísico, en el que Chesterton envuelve a la novela en un sutil halo religioso que, aunque acorde con sus creencias, y sin llegar a caer en el dogmatismo, puede resultar hasta molesto para según que lector.
Tras esta breve introducción, consideramos que la trascripción de un breve pasaje de la obra es mucho más ilustrativo de lo que un simple aficionado pueda llegar a relatar sobre “El hombre que fue Jueves”. El siguiente párrafo describe como uno de los personajes de la novela tiene que hacer ver, delante de un nutrido y erudito auditorio, que no se trata de un impostor, enfrentándose en un duelo intelectual con el mismísimo individuo al que suplanta. Valga esta liosa presentación para dar paso a la cita sin desvelar el contenido de la trama.
Así que intentó desvirtuar mis pretensiones intelectualmente. Contrarresté su intento con un simple truco. Cuando decía algo que nadie excepto él podía entender, yo respondía algo que no podía entender ni yo mismo.“No puedo creer –dijo- que usted haya podido desarrollar el principio de que la evolución es sólo negación, ya que es inherente a él la introducción de lagunas, que son esenciales para la diferenciación”. Yo respondí con actitud desdeñosa: “Usted ha sacado todo eso de Pinckwerts; la idea de que la involución funciona eugenésicamente fue expuesta hace tiempo por Glumpe”. Sobra decir que nunca hubo personas como Pinckwerts y Glumpe. Pero la gente a nuestro alrededor (para mi sorpresa) parecía recordar muy bien sus nombres, y el profesor, al ver que el método erudito y misterioso lo dejaba a merced del enemigo, carente de escrúpulos, recurrió a una forma más popular de sutileza. “Ya veo –dijo despectivamente- que usted convence como el falso cerdo de Esopo”. “Y usted fracasa –respondí sonriendo- como el puercoespín de Montaigne” ¿Necesito decir que no hay ningún puercoespín de Montaigne?
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