Es posible que tras el brillante resultado de "33 1/3 Microsillons" , que a pesar de todo tampoco obtuvo demasiado eco -aunque sí muy buenas críticas-, Scarpa empezara a contemplar la posibilidad de abrir más su música y acercarla a ese tipo de sonoridades a las cuales las revistas prestaban atención. Para ello formó un grupo, The Jacquelines, con el que grabó en el 2000 Jaimita, Songs Of Tragedy and Grotesque. Más allá del desafortunado título, Malcolm Scarpa se aparta por completo de la línea que había seguido hasta entonces e idea unas canciones (sólo once) que se mueven más o menos en el rock soñador de grupos como The Flaming Lips, Mercury Rev o The Soundtrack of Our Lives. Si antes sus canciones se clavaban rápidas y certeras en la diana, ahora quedan paralizadas por un manto de guitarras y de bajos adormecidos que quitan mucha espontaneidad al asunto. Tan sólo en dos temas ("Never Have To Cry" y "Jour de Fete") se vislumbra al Scarpa de siempre, pero en el resto, demasiado largos y con excesiva importancia de las texturas, se pierde algo importante, la chispa se diluye sin solución posible. Nuevamente, y a pesar de su sonido y trazado contemporáneo, el disco apenas tuvo repercusión y el fracaso tuvo a Scarpa en el dique seco hasta el 2004.
En Busca del Vinilo Perdido
¡No me jodan que voy a ser el único redactor musical de este país que no levita con “el nuevo grupo de Malcolm Scarpa”! Y no está nada mal, no crean. Pero es que se habían barajado tantos epítetos de genialidad y pertenencia a un nivel kármico del pop inalcanzable para el resto de mortales que uno no hacía más que limpiar la baba del reproductor esperando el momento en que sonara este “Jaimita,Songs Of...” Y -oh, pequeño desencanto- nos encontramos con once piezas de pop pulcro y académico, bien surtido de talento, con el punto investigador y de superación técnica que se le supone al fundador del grupo, pero con poca alma. Producción aseada, intenciones de originalidad compositiva y el arrastre de la marca Scarpa. Pero... ¿y la emoción? Al acabar el álbum solamente recordaremos “My Decline And Fall”, por su textura siniestra y oscura algo fuera de lugar, del estribillo a lo Housemartins de “Never Have To Cry” y de “Jour De Féte”, por su magnífica melodía y ejecución a la Hefner. El resto peca de espíritu de banda sonora, de aquello que un amigo llama “estética de jarrón neoclásico”. Aún así, da toda la impresión de que estamos ante uno de esos discos que van enganchando conforme se le dedican más escuchas. Estoy en la quinta, pero voy a seguir probando…
Lluís González (Mondo Sonoro)
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